El problema de escribir Fantasía
Comencé a escribir “Ian y Licer” cuando tenía trece años. Aunque en ese momento era más un pasatiempo que una vocación. No me lo tomaba en serio, mezclaba muchas temáticas y la historia no estaba orientada a tener sentido. Sin embargo, cuando tenía quince años repentinamente comencé a tomármelo en serio. Supongo que a cada quien le sucede diferente, pero para mí no hubo ninguna iluminación ni ninguna necesidad de hacer una introspectiva. Simplemente me dije que quería escribir y que me encantaba, y así seguí.
Nací en Jujuy (Argentina), me crié allí y siempre me gustó mi provincia. La enorme mayoría de los paisajes y lugares de mis libros, están absolutamente basados en la belleza de mi provincia natal.
Quizás fue que mi papá me vio muy dedicada a esto de estar escribiendo y leyendo. Cuando mis hermanos se iban a la ciudad para ver a sus amigos o conectarse a internet (vivíamos en el campo), yo me quedaba la tarde entera leyendo o escribiendo en el parque de la casa hasta que la ausencia del sol me obligaba a entrar, y allí proseguía en mi cuarto. Será por eso, porque me veía embalada con el tema, porque quiso hacerme un regalo o quizás porque me amaba, fue que me dijo que iba a publicar mi historia. Pero claro, primero había que corregirla.
Mi abuela es dramaturga, y ella misma nos recomendó una editorial en Jujuy (que tampoco es que abundaran en esa época). Tanto mi papá como yo éramos ignorantes en lo que a edición y el mundo de las letras se refería, por lo que fuimos y sin chistar aceptamos que se debía pagar un precio para la corrección del manuscrito. Cosa que está bien y es correcto, es un trabajo y debe ser pagado. Sin embargo, ese iba a ser mi primer trago amargo en lo que respecta a los editores.
Los autores jujeños escriben por excelencia sobre su provincia, sobre los cardos, la Puna, los coyas, algunos hacen cuentos sobre el campo, leyendas como el Coquena, la Vírgen de Fátima, el Gauchito Gil y en ocasiones sobre San La Muerte. Relatos que conciernen a sus raíces.
Yo no.
Amo la fantasía desde que tengo memoria, esa fantasía épica, medieval, mágica y totalmente fuera de lo que nos hacían leer en el colegio. Y quizás seré antipática con el tema, pero nunca me pareció que el “voceo” argentino estuviera en sintonía con una historia de dragones y fénix. Por lo que, cuando mi primer editor leyó el manuscrito, su primera CRÍTICA fue que mis personajes hablaban en neutro. Seguidamente, que nada sucedía en Jujuy (cosa que no es cierta, simplemente no está con nombre y kilometraje), que no había personajes “autóctonos”, etc, etc. En resumen, comenzó leyendo de mala gana.
Yo me había criado leyendo autores extranjeros, porque no conocía fantasía de autores argentinos. De manera que, de lo que leí aprendí a escribir, o quizás copié, me adapté o me acostumbré. Mi manera de escribir, mi manera de hacer hablar a mis personajes, sus relaciones y demás, no era lo que este editor acostumbraba a leer.
Conforme fui creciendo pensé que el problema estaba en Jujuy, que por ser una ciudad chica tenía sus mañas y reglas. Pero cuando llegué a Córdoba y conocí a otra editora… chocante fue encontrarme con la misma crítica “No usás el voceo”. No como observación o detalle, no, como CRÍTICA. Aparentemente, si se es argentina y se habla de determinada manera, está muy mal que mis personajes no hablen de la misma manera.
Hablando con otros escritores noveles y hasta con dibujantes (historietistas e ilustradores), me encuentro con que no he sido la única víctima de la tradición en las editoriales. Hay fórmulas clásicas que se siguen y se respeta; más bien, que se acatan. Escribir sobre algo diferente no es “argentino”, y por tanto no cae bien en muchos editores.
En el caso de la fantasía, ha sido relegada a los autores extranjeros, que en realidad son los que tanto se han exportado. Conocemos la fantasía, en mayoría, por autores europeos o norteamericanos, pero si existen los locales… no los conozco, no porque no existan, sino porque no tienen ni un cuarto de la publicidad y difusión que los de afuera. Lo mismo les sucede a quienes dibujan y quieren hacen historieta de súper héroes, por ejemplo. El estereotipo de héroe argentino es hoy en día “Cazador”, y a muchos dibujantes no les cae bien tener que hacer a un personaje con esas características (que insulta todo el tiempo y tiene mujeres desnudas alrededor). Pero vamos, que si no dice “carajo” no es argentino y no es el cannon que se maneja.
Finalmente, quiero contarles lo que me sucedió este verano cuando estuve en Jujuy. Me acerqué a una de las librerías donde había dejado libros para la venta, felizmente no quedaban libros y tuve que llevar más. En la librería en cuestión hay dos vidrieras: la principal donde se coloca a los autores famosos y los títulos nuevos, y una que está pegada a la pared y difícilmente alguien se detiene a ver donde van TODOS los autores jujeños.
La primera vez que dejé el libro allí, lo pusieron por un tiempo en la vidriera de autores jujeños. La manera en que desentonaba esa tapa entre todas las demás era sorprendente.
Esta vez, cuando fui a dejar más libros, le pregunté a la dueña si era posible que pagándole una comisión más alta pusiera el libro en la vitrina principal. Tuve una discusión de casi media hora para convencerla de por qué, por más que yo fuera autora jujeña no quería que el libro estuviera en la otra vidriera. Por qué un libro de fantasía épica no “pegaba” con otros sobre la historia de Jujuy, arquitectura, cuentos y leyendas de Yala, etc, etc, etc. Fue difícil hacerle entender que el público al que apunto no va a ir corriendo a la sección perdida (reconozcámoslo) de autores locales en busca de un libro. No. Un libro desconocido de persona desconocida NECESITA estar a la vista. Porque el lector promedio, o ya sabe lo que quiere comprar o se detiene a ver una vidriera… y allí la tapa hará el resto.