jueves, 6 de septiembre de 2012

Capítulo 1 para compartir!


                                                               LA  PROFECÍA


Toda unión está destinada a deshacerse, todo final tendrá un nuevo principio, todo día tendrá su noche y toda muerte tendrá vida…
De la mano de extraños de tierras lejanas, se desatará la lucha entre los Tres Grandes.
El miedo y la pena azotarán a la trinidad del poder.
Y sólo hasta el paso de cinco Lunas Negras la salvación volará a las tierras de Lang, con la llegada de los niños enviados lejos del hogar para su vida preservar.
Hijos de la Nobleza de los Tres Grandes; con investidura de los fieles del Bosque surcarán los cielos dejando una estela de milagros y batallas.
Sus espadas eliminarán la plaga, bajo sus alas se levantarán los caídos y en su nombre: Lasylar…  nacerá el Imperio de los Tres Grandes.













“Sólo hasta el paso de cinco Lunas Negras. La salvación volará a las tierras de Lang con la llegada del niño cuyo destino aquí se escribe.”




––¿Qué tan cierta crees que sea?
––Tan cierta como que estás parado a mi lado. De aquí a unos años llegará y yo me haré cargo de él.
––¿Podrás convencerlo? inducirlo a estar de tu bando no será fácil y mucho menos siendo quién es.
––Preocúpate por cumplir con tu parte del trato. Yo me encargaré de él... Lasylar es mío.












Capítulo 1
EL  SECUESTRO



Habían deseado formar una familia desde el momento en que se casaron, pero por desgracia, Dios no les concedía la dicha de un niño en su vientre. El deseo por brindar amor a una nueva vida los impulsó a realizar un completo acto de amor: adoptar un niño… y comenzar esta historia.
Melisa y Dante eran un matrimonio joven, quizás demásiado joven, podría decirse que eran la típica historia de los jóvenes enamorados enfrentando a sus familias con amor por bandera y decisión por credo, en otras palabras: habían dejado todo atrás por capricho a su inquebrantable amor. Ahora, desterrados de sus hogares y sin posibilidad de procrear, acudían desesperados al primer Hogar de Niños abandonados que conocían.
––Lamento decepcionarlos, pero deben entender que son una pareja demasiado joven –– replicó el director––. En verdad lo siento, pero no puedo poner a un niño bajo su cuidado.
Máscullando de impotencia el joven matrimonio se retiró.
––¿Qué vamos a hacer ahora? ––preguntó Melisa al borde de las lágrimas.
––¡Probar en otros institutos, claro! ––exclamó positivo Dante––. En algún lugar hay un niño que espera ser nuestro hijo.
Dicen que la esperanza es lo último que muere, pero en este caso su cajita de Pandora venía un poco mal de fábrica. Era un hecho lógico que ningún Instituto que se respete no accedería a darles un bebé; eran jóvenes, con cuentas encima y bajos salarios para costearlos; en definitiva era tiempo de acostumbrarse a la idea de que ese año al menos, no serían padres.
Con el rabo entre las patas regresaban exhaustos de todo un día de búsqueda y rechazos, la sola idea de una cama cómoda y un poco de siesta bastaba para que los pies reaccionaran y los guiaran por si solos de regreso a casa. Hasta que... quizás en verdad las hadas Madrinas existían, quizás los Ángeles habían sentido lástima o hasta el mismo Buda se había apiadado... fuera como fuera, trastabillando y cansado se acercaba la respuesta a sus problemás.
––Dante –– llamó Melisa, asustada ante semejante imagen––. ¿Qué le pasa a ese hombre?
Su pareja sólo se limitó a observar al sujeto que se acercaba rengo y exhausto por la vereda; llevaba un bebé en brazos, un pequeño niño caminando a su lado de la mano y una pequeña de no más de cinco años los seguía por detrás maravillada con su entorno. A simple vista la imagen era clara: un pobre padre solo que debía lidiar con demasiados niños.
––Dante... mira ese niño, oh Dios es... es...
––Hermoso...
El niño que caminaba guiado de la mano del hombre parecía una fantasía, tan pequeño pero tan precioso, con ojos verdes muy grandes, un color hasta el momento completamente desconocido para los dos jóvenes.
––Ehh, disculpe. ¿Necesita ayuda? ––dijo Melisa acercándose.
––Zansili… dezu cak ––contestó con un acento muy extraño. Ante la confusión de las dos personas que tenía enfrente formuló con mucho esfuerzo nuevas palabras–– ¿Los quiere?
––¿¡Que!?
––A los niños, ¿los quiere? Se los regalo.
Antes de que ella pudiera hacer o decir algo, ya tenía al bebé en brazos y al pequeño de ojos verdes prendido de su pantalón. Por más que Dante llamó y trató de alcanzar al misterioso desertor no consiguió nada, el hombre se marchó sin siquiera mirar atrás con la niña aferrada a su mano. ¿Qué demonios había pasado? debían llamar a la policía o hacer algo, un par de niños abandonados en mitad de la calle era demásiado.
––Dante ¿Y si...?
––No, no hay forma de quedarnos con ellos. ¡Míralos! Los acaban de abandonar en mitad de la calle, no, tenemos que ir con la policía y…
––Pero... son bebés, bebés que hemos estado buscando. Además, míralos.
Dante miró de reojo a los pequeños (gran error). Había visto yanquis, ingleses, australianos, cantidad de gente blanca y negra con ojos claros y rasgos hermosos, pero... ya fuera por la necesidad de la paternidad o por lo extraño de la situación, el contemplar aquellos ojos lo desarmó. No era sólo el pequeño de tres años con esas brillantes esmeraldas, sino también el bebé de pocos días que tenía una mirada embrujadora... dos orbes celestes parecían suplicarle quedarse con él.
––¿Qué nombres les pondrás? ––suspiró resignado alzando al castaño.
––Unos que combinen con sus rostros. Ya sabes, John, Jake, Jack...
––Buen Dios... tú maldice al bebé con un nombre, yo le daré uno apropiado a este señoríto.

Y así, los pequeños Ian y Licer empezaron a ser conocidos en el barrio conforme pasaban los años. Niños como ellos eran más que reconocibles, en un principio las madres prohibían a sus hijos acercárseles pero con el tiempo las miradas compradoras pudieron más que el miedo a lo desconocido.
Hasta que cinco años después, dos tiernos niños caminaban entre la lluvia de pétalos de flores blancas rumbo a la escuela. Licer ya contaba con ocho años, bastante alto para su edad, con el cabello castaño claro y sus característicos ojos verdes; mientras que Ian, mucho más pequeño, era considerado un diamante en bruto, un precioso niño de nariz respingada, cabello negro como la noche y profundos ojos celestes poco comunes.
––¡Primer día, primer día, primer día! ––canturreaba saltando.
––No te alejes, piojo, si te pierdes me culparan a mi ––replicó Licer.
Ian saltaba y reía entre los pétalos que caían a su alrededor, solía emocionarse con poca cosa como todo niño de cinco años que empieza a conocer el mundo. Pero en cuanto cruzaban el puente del riachuelo, el niño se detuvo bruscamente, se apoyó en el barandal y empezó a hacer muecas espantosas.
––Oye, marmota, deja de hacer eso o se te quedará la cara así para siempre.
––¿En serio? ––preguntó Ian asustado.
––Eres feo de todas formás. ¿Por qué dejaste de saltar?
––Hay unos señores viéndonos con anteojos grandes, allá.
––¿Dónde ?––se apoyó junto a su hermano y escudriñó, su vista era buena según el medico pero no llegaba a ver absolutamente nada––. Piojo, ahí no hay nada.
––Es que tú no alcanzas a ver, ¡pero de verdad! Están vestidos de negro y nos miran con anteojos muy grandes.
––Ves demasiada televisión. Le diré a mamá.
––¡Nooo! ¡A mamá no!
~oOo~


––La escuela no es tan mala después de todo ¿eh? ––sonreía Melisa mientras servía la comida a sus hijos que acababan de llegar después de toda una jornada.
––A mi no me gusta ––replicó Ian inflando las mejillas––. Los niños son tontos.
––Ian, ¿por qué? ¿Qué pasó?
––No ––suspiró Licer comiendo su arroz––. Él es el tonto, él es el que siempre dice mentiras sobre cosas que ve y que oye, por eso los niños lo deben haber molestado.
––¡Cállate, ganso desplumado! ––exclamó el pequeño.
––¡Niños! ––amenazó Dante––. No quiero peleas en la mesa, ya lo saben. Ahora, Ian... ––suspiró frotándose la frente con cansancio––. Sé que tienes una gran imaginación, cariño, pero ya es suficiente; no puedes andar por ahí diciendo que ves y escuchas cosas tan fantasiosas. No me obligues a llevarte al medico.
Ian frunció el seño y comió en silencio. Al retirarse los pequeños de la mesa, los mayores no pudieron más que debatir nuevamente sobre el mismo tema que los atormentaba desde que Ian dijo sus primeras palabras a los siete meses. Los dos niños eran unos prodigios, nadie lo negaba y todos lo admiraban, ambos tenían una increíble facilidad para el aprendizaje de idiomas y demás. Eran un par de superdotados, dos cerebritos más que desarrollados con excelente salud y estado físico. Pero según el medico, esto podía traer consecuencias como lo que había afectado a Licer años atrás y ahora se las agarraba con el más pequeño: la posibilidad de un principio de Esquizofrenia. Licer también había tenido su época de decir a todo el mundo que veía hadas o espíritus, y que escuchaba voces en la noche y cantos que lo llamaban al amanecer, pero después de un año llegó a pasársele. Y ahora Ian empezaba con lo mismo, quizás en su caso no sería tan fácil que la enfermedad no se manifestara por completo; el pequeño, con tan sólo cinco años de edad había demostrado ser muy terco y orgulloso, a una edad tan pero tan corta tenía la mitad del carácter desarrollado, y según el medico, lo mejor era someterlo a tratamiento antes de que la Esquizofrenia avanzara.

Mientras tanto en la habitación de los niños, Ian se encontraba sentado en el alfeizar de la ventana y su hermano recostado en la cama haciendo la tarea asignada en el primer día de clases. El menor siempre solía sentarse en la ventana a tararear una melodía que a su hermano agradaba muchísimo, una melodía muy extraña y completamente desconocida pero a la vez lejanamente familiar. Parecía más como si Ian quisiera imitar el canto de una ocarina, una ocarina que a la vez imitaba el canto de… de algo, no sabría decirlo, porque no era el canto de un ave, sin embargo ¿qué otro animal era capaz de cantar?
––Ian, ¿puedo preguntarte algo?
––No.
––¿Por qué cuando me insultas me pones el nombre de cualquier pájaro? Siempre soy o un ganso desplumado, un pato mal formado o un gallo pisado… iuhg. Ya sabes, siempre pájaros, al menos yo varío los insultos.
Ian no contestó al instante. Siguió tarareando sumido en su propia melodía mientras sonreía observando los pétalos de cerezo bailar a su ritmo. ¿Por qué nadie le creía? ¿Por qué nadie quería creerle? ¿Por qué siempre sentía que no pertenecía allí? Amaba su casa y su familia... pero excluyendo a Licer, jamás se había sentido plenamente cómodo con nadie, aun sus padres le parecían extraños y no era por el hecho de ser adoptados... simplemente se sentía completamente fuera de lugar allí.
––Porque eres un pájaro ––contestó volteándose a verlo––. O al menos así es como te veo. ¿Ahora yo puedo preguntar algo?
––Dispara.
––¿Por qué eres tan mentiroso? ––espetó con la mirada fría––. Sabes que todo lo que veo y oigo es cierto porque tú también lo vives. ¿Por qué no me apoyas? ¿Por qué me haces quedar como loco delante de todos? ¿Por qué no dices que tú también los ves?
––¡Porque no quiero terminar internado! ––exclamó furioso––. Sé lo que pasa a nuestro alrededor, y sé que no es porque estemos sicóticos o esquizofrénicos. Sé que vemos las cosas porque en verdad están ahí, no sé por qué podemos. Pero no quiero que nos internen en una clínica de dementes. Ya deberías saberlo, tienes muy buen oído, casi escuchas detrás de las paredes ¿no? Habrás escuchado a papá decir que empezarás un tratamiento. Deberías quedarte callado.
Los ojos celestes se llenaron de lágrimás, se volteó y salió de la habitación por la ventana. Licer suspiró, no iría tras él... no porque no quisiera sino porque nunca podría alcanzarlo a donde trepara, Ian se subía hasta las copas de los árboles, donde era imposible alcanzarlo, casi se podría decir que volaba.
Al día siguiente caminaban como se haría costumbre rumbo a la escuela, sin hablarse ni dirigirse una sola mirada. No obstante, Licer notó claramente cómo su hermano miraba nuevamente a la misma dirección del día anterior, si había algo que Ian no sabía hacer era mentir, además el que viera cosas extrañas no involucraba a un montón de tipos al mejor estilo Men In Black observándolos.
––¿De verdad no los ves?
––No tengo vista de halcón ––fingió indiferencia.
––Pero están ahí.
––Piojo, ya te dije que no tengo vista de halcón. A veces pienso que eres un bicho en serio; es decir, hueles los guisos de mamá a mucha distancia, escuchas a través de las paredes y ahora tienes vista de águila. ¡Evoluciona engendro! ––rió pellizcándole la mejilla.
––¡Ya veras, pato amorfo!
Las reconciliaciones entre hermanos siempre son lo más particular del mundo, no se habla del tema, unos cuantos golpes, insultos y de repente todo está en orden.

~oOo~

En la mayoría de las ocasiones, regresar al hogar después de un largo día en la escuela es la mejor recompensa para los niños, pero para Ian ese día era diferente, se sentía extraño... como un animal que presiente el peligro lo calificaba su hermano, pero esta vez no era para broma. Ian estaba inquieto y nervioso como nunca antes, y su estado empeoró mucho más al caer la noche.
Fuera, camuflados en la oscuridad de las calles se encontraban apostados varios individuos vestidos de negro. Armados hasta los dientes aguardaban el momento de entrar en acción. Uno de ellos levantó el celular que vibraba en su cinturón y respondió a la llamada.
––Señor, estamos en posición ––fue lo primero que dijo––. Necesitamos saber exactamente en qué casa se encuentran.
––No lo sé ––contestó una rasposa voz del otro lado––. Traigan a todos los niños menores de nueve años que halla en esa zona. Entre todos deben estar los que busco.
––Entendido.
Bajo la luz de los focos del comedor, la familia se sentaba a disfrutar de una deliciosa cena sin ser consciente de la amenaza que los rodeaba. Licer miraba a su hermano preocupado mientras que éste revolvía la comida y se estrujaba el pantalón, Ian sentía el peligro.
––¿Ian? Tesoro, qué... ––pum, la luz se fué de repente––. Tranquilos, cielitos, es sólo un corte.
Sin embargo, el corte pasó a ser algo más que un desperfecto técnico cuando se escucharon gritos, golpes y disparos fuera de la casa. Dante tanteó hasta encontrar una linterna y con esta ubicar su escopeta, Melisa tomó a los niños y los encerró en su cuarto regresando al lado de su pareja. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Un asalto en el barrio más tranquilo de toda la zona? Parecía absurdo pero estaba ocurriendo; gritos, disparos, peleas, cosas rompiéndose y terror en medio de la oscuridad.
––¿Qué hacemos? ––dijo Ian aferrándose al brazo de su hermano––. ¡Licer!
––Escondernos, ¡rápido! métete en el armario.
Obediente como nunca antes, Ian se metió en el armario hasta estar contra la pared, esperó unos segundos y suspiró aliviado cuando Licer llegó a su lado para abrazarlo y taparle los oídos, protegiéndolo así de los horribles sonidos de lo que fuera que estuviera luchando con sus padres al otro lado de la puerta.
De repente, dos disparos y un grito, y el silencio sepulcral inundó el barrio. Ambos niños dieron un respingo y el llanto del menor se intensificó.
––Shh, Ian, escúchame ––dijo Licer obligándolo a agazaparse––. Tienes que quedarte muy quieto y callado ¿si?
––Tengo miedo… Licer, tengo miedo…
––Lo sé, lo sé… pero tienes que hacerme caso. Anda, eso es, quédate ahí escondido ¿si? Yo estaré aquí. No salgas por nada del mundo, por nada, ¿me lo prometes?
––Yo… sí… sí…
Licer se encargó de cubrirlo con cajas y ropas para luego él mismo esconderse tras unas camperas.
La puerta de la habitación se abrió lentamente revelando altas y desconocidas figuras que comenzaron a recorrer y destruir la habitación. Licer contuvo el aliento cuando la puerta del armario fue abierta con brusquedad, y entre lo que las telas le permitieron observó a un hombre cubierto de negro que usaba una máscara de gas y portaba una pistola, ante tan horrible visión procuró quedarse inmóvil y esperar.
El extraño no tardó en registrar el armario sin cuidado dando con lo que esperaba.
––Por fin ––dijo entonces––. Ven acá, mocoso.
Prácticamente arrancó a Ian de su escondite, jalándolo de los cabellos lo sacó del armario en medio de su desesperado llanto.
––¡No! ¡Suéltenme! ––lloraba el pequeño retorciéndose entre los brazos del extraño.
Licer no lo pensó dos veces, tomó el palo de hockey a su lado y salió envistiendo hasta golpear al hombre en el estómago, quien doblándose hacia adelante soltó a Ian. Los pequeños se vieron arrinconados contra la pared, Licer abrazaba a su hermano aun tapándole los oídos y manteniéndolo pegado a su pecho para que no viera nada. Se encontró rodeado por aquellos extraños de negro pero no soltó a Ian. Uno de los hombres se inclinó a su lado y quitándose la máscara habló bajo a su oído:
––Oye, ¿quieres que te pase lo mismo que a ellos? ––susurró señalándole los cuerpos inertes y sangrantes que descansaban en el suelo del comedor.
Licer abrió mucho los ojos, tras un grito de horror trató de correr a socorrer a sus padres, pero una fuerte y enorme mano contra su nariz y boca lo detuvieron, forcejeó por unos minutos hasta que sus fuerzas empezaron a menguar debido a la sustancia que aspiraba y cayó inconsciente.
––¡Licer! ––exclamó Ian––. ¡Suéltalo! ¡Suéltalo!
Para el más pequeño bastó un fuerte golpe en el estómago para dejarlo en la inconsciencia.
Así salieron los dos hombres enmascarados de la casa, en silencio con los pequeños dormidos en sus brazos, y se reunieron en medio de la calle con otros que llevaban presas similares.

  
~oOo~

Lasylar...

Ian despertó de un salto, todo transpirado y temblando... siempre era lo mismo, ni siquiera el encontrarse en un ambiente completamente desconocido le evitaba seguir escuchando aquel nombre sin sentido y esos llamados.
Se frotó un poco la cabeza, sus captores no habían sido nada delicados y probablemente lo habían arrojado al camión sin consideración, incluso tenía un poco de sangre seca en la nuca. Miró a su alrededor, al parecer no eran los únicos secuestrados. Varios niños del barrio y otros que no conocía yacían en el camión que ahora los transportaba; algunos aun dormían, otros lloraban llamando a sus padres y otros golpeaban la puerta del vehículo pidiendo auxilio. Ian suspiró, buscó con la mirada a Licer y corrió a su lado trastabillando entre esquivar a los que dormían y luchando con la inestabilidad del camión en movimiento.
––Licer, Licer ¿estás bien? ––dijo alegre moviéndolo de un hombro––. ¿Licer? ¿Te duele algo? ¿Te lastimaste? ¡Contéstame!
––Déjame tranquilo un segundo, piojo ––contestó con sequedad sin voltearse.
Ian se separó desconcertado, nunca había escuchado a su hermano tan triste. Licer sólo se abrazó a sí mismo y lloró en silencio la muerte de sus padres… no podía quitarse la horrenda imagen de verlos tendidos en el piso en medio de un charco de sangre... muertos... No se suponía que los padres murieran... las mariposas cuando las encierras en vasos, los escarabajos cuando los tiras a las hormigas, las cucarachas cuando las pisas, esas cosas simples y sin importancia se morían, ese era el único concepto que tenía sobre la muerte...

No tenían la más mínima idea de qué hora era o siquiera si seguían en el mismo día, habían viajado por horas y horas hasta que por fin el camión se detenía y parecía ingresar en algún lugar. La espera no se prolongó mucho, de un momento a otro las puertas se abrieron brúscamente cegando a los niños con la luz de la mañana. Se los forzó a bajar del vehículo mientras los contaban.
Ian y Licer observaron asombrados el lugar donde habían sido llevados, eso no se parecía en nada a lo que el más pequeño había imaginado como los calabozos de torturas en donde pensaba que iban a terminar. Un enorme jardín se exponía ante ellos, largos senderos de tierra roja, árboles por todas partes, fuentes y estatuas; parecía que habían llegado a los jardines de un palacio... una hermosa mansión se encontraba al final del amplio camino decorado por flores.
Por orden de sus captores subieron a los carritos que los esperaban. Ian iba sujeto firmemente de la mano de su hermano en todo momento, si acaso se separaran no sabría qué hacer, estar lejos de casa ya era demasiado pero estar lejos del ganso con hemorroides sería el fin.
Ya frente a la mansión descendieron de los carritos, las puertas se abrieron por las bien vestidas sirvientas que los guiaron hasta una amplia y lujosa sala de estar. Por amenaza de las armas se sentaron en el suelo todos muy juntos, de alguna forma el estar bien cerca les proporcionaba un poco de seguridad.
De repente, por una alta puerta ingresó un hombre ataviado con un traje gris; era calvo y muy alto, cogeaba por la pierna derecha pero no andaba con bastón, la cabeza lampiña estaba llena de escalofriantes cicatrices, su semblante no distaba mucho de aquella mafiosa apariencia; lucía serio como si estuviera muy preocupado o muy enojado, era difícil diferenciar. Más tarde los niños aprenderían que el hombre siempre lucía así.
Miró a los niños con asco, como si de feas criaturas se tratase. Uno de los hombres de negro se acercó a susurrarle rápidas palabras que el magnate no pareció tener en cuenta.
––Llévenlos a las habitaciones, mañana comenzarán a bajar al sótano.
Sin decir más esa voz rasposa, se retiró de la estancia dejando a los niños con mil y un preguntas que ni siquiera pudieron ser hechas, ya que las sirvientas se habían acercado pidiéndoles amablemente que les siguieran.
––No ––lloraba Ian abrazado a su hermano.
––Vamos, lindo, sólo irás a otra habitación, tu hermano no estará lejos ––tratataban de persuadirlo.
––¡No quiero!
Licer hubiera hablado con la mujer, pidiéndole también que les permitieran estar juntos, pero al ver que uno de los hombres que los había llevado hasta allí desenfundaba un cuchillo cambió de estrategia por el bien de los dos.
––Ian, hey, cálmate ––le habló acariciándole los cabellos––. Yo voy a estar cerca ¿sí? Gritas y ya me tienes allí. Anda, ve con la señora, iré a visitarte dentro de un momento. Anda, no causes más problemas.
––Pero… es que no q-quiero, Licer n-no, no me dejes solo… por favor…
––Estaré aquí. Ve, anda ve. No pasa nada.
Ian fue llevado al tercer piso, a una enorme habitación llena de camas que compartiría con otros niños de su edad. Licer estaría en el mismo piso a unas puertas de distancia con otros de edades más avanzadas, pero niños a fin de cuentas.
Nadie les dijo nada, los encerraron en las habitaciones y a cierta hora de la noche las luces se apagaron por si solas. Licer al menos supo distinguir por la ventana enrejada que la mansión se ubicaba en medio del campo. Se veían grandes espacios cubiertos por árboles y más lejos un lago… estaban en medio de la nada, sin saber por qué y solos… completamente solos a su suerte.

A la mañana siguiente, Licer se despertó a las seis, no podía dormir más estando en tan espantosa situación. Se volteó para ver al piojo que dormía a su lado y que por la noche se había colado en su cama, pero sólo se encontró con el espacio vacío y una pequeña mancha de humedad. Se levantó y fue hasta el baño de donde provenía el sonido del agua corriendo. La imagen le partió el alma: Ian metido en la bañera con la ducha mojando su cuerpito, abrazando sus rodillas y llorando desconsoladamente.
––Ian ¿qué haces? ––sonrió sentándose en el borde de la bañera––. Tú no te bañas solo.
––Pero… ahora tendré… q-que hacerlo ¿no? ––hipó sin levantar el rostro––. P-papá y mamá n-no están… y… y… tú me vas a dejar s-solo…
––Hey… no, Ian ––se apresuró a meterse en la bañera aún vestido para abrazar al pequeño que de inmediato se aferró a él––. Yo no voy a dejarte nunca. Y… nuestros padres vendrán por nosotros––tragó saliva con dificultad al decir aquello––. Ya verás que no estaremos mucho tiempo aquí.
––Estás mintiendo…
No sólo no podía mentir sino que era un detector de mentiras… y Licer lo sabía.
––No te voy a dejar solo ––dijo entonces reforzando el abrazo––. Yo voy a cuidarte siempre.
Ian fue calmándose poco a poco, hasta que finalmente se separó de su hermano, infló las mejillas y lo miró sonrojado.
––Me hice pis encima ––confesó.
––Me di cuenta.
––Nunca me había pasado.
––Lo sé.
––Lo siento…
––No importa ––sonrió tomando el potecito de shampoo––. Por esta vez te perdono. Anda, hay que lavarte para bajar a desayunar… nunca entenderé por qué no se te enrienda el cabello.
––Jiji, porque eres un pato amorfo.

~oOo~

La rutina para los niños era devastadora. Se levantaban, desayunaban, los hombres armados los sacaban a pasear a los jardines, merendaban, veían la TV y cenaban, revisión médica y a la cama. Ni una palabra, ni una explicación.
A veces al despertar, notaban la ausencia de un compañero, pero con el tiempo aprendieron que no debían preguntar. Uno a uno desaparecían, a veces por un día, a veces más, pero siempre el que regresaba no era en el estado sano en el que había desaparecido, no… regresaba con marcas, heridas, a veces puntos y a veces enyesado. Tenían prohibido hablar del tema, pero con el paso de los meses sabían que a todos y cada uno les tocaría ir… al “Sótano”.
––Andrés me dijo que el señor calvo está ahí abajo ––decía Licer hablando en susurros a un amigo en medio de la noche bajo la seguridad de las mantas––. Se sienta en un sillón muy cómodo y al niño que llevan le hace cosas dolorosas. A veces lo sientan en una silla con pinchos o lo atan a una pared.
––¿Por qué? ––preguntó espantado su amigo.
––Andrés me dijo que al señor calvo le gusta ver llorar a los niños…

~oOo~


––Señor, permiso.
––Oh doctor ––sonrió el magnate sosteniendo su copa de vino––. ¿Cómo están mis chicos?
––El promedio es bueno. Pero, quería hablarle de dos en particular.
––Lo escucho.
––Estoy desconcertado, señor. Mire ––colocó unos documentos sobre la mesa––. Es imposible definir el tipo sanguíneo de ambos.
––¿No te alcanza la tecnología que tienes? Compraré la más nueva...
––No es eso, señor, es decir... estos chicos no tienen ni glóbulos rojos, ni blancos, ni plaquetas... es difícil de explicar. La sangre de ambos está compuesta por células muy diferentes a las de los seres humanos.
––Fascinante.
––Sin duda. Además, mire: no tienen ni apéndice ni amígdalas. No tienen genes dañados o malignos, por ejemplo. El más pequeño tiene un órgano que desconozco junto al corazón.
––¿Un órgano de más? ¿No podría ser algún defecto de nacimiento?
––No sabría decir si es un defecto, señor. Es algo que jamás había visto, el niño tiene una especie de sistema circulatorio paralelo al convencional que se une a este órgano, apenas como si fuera una sombra, a simple vista de microscopio aquello no existe, es casi invisible… Además los cerebros de ambos... señor, no sé con qué nos hemos topado. Sabíamos que eran especiales pero esto es demasiado, pareciera como si estuviéramos tratando con especies ajenas a la Tierra.
––Cálmate, no estamos hablando de extraterrestres. Destruye esta información, nada de esto tiene que salir de aquí.
El doctor no dijo más, obedeció sumiso y se retiró rápidamente de la oficina. El señor calvo se quedó mirando los papeles en su escritorio con satisfacción… por fin los había enontrado. Había tenido que traer a su casa a veinte mocosos inútiles, pero después de todo sus fuentes habían estado en lo cierto: los dos niños estaban allí después de todo.
Cuando “ellos” se comunicaran nuevamente con él les diría con gusto que tenía a los dos niños en su poder, que había cumplido con lo que le habían solicitado al contactarlo hace no más de un año a través de su espejo, si… se aparecieron en su espejo. Aún recordaba aquel extraño día, cuando entró a la oficina para terminar unos negocios y se encontró con que su reflejo no estaba en el espejo… sino dos hombres que no conocía. Aquellos seres de aspecto humano pero con ropas extrañas estaban materializados en el espejo habiendo desplazado a su reflejo. Creyó estar loco, creyó estar alucinando, pero cuando ellos le hablaron y le explicaron quiénes eran supo que estaba en presencia de seres poderosos de otro mundo.
––Tenemos un trabajo que proponerle ––dijo uno de ellos, un hombre rubio muy alto y de vestimenta señorial, pero el rasgo más sobresaliente eran los cortonos escalata alrededor de las pupilas––. Buscamos a dos niños que se encuentran en su planeta, pero no tenemos forma de llegar hasta allí.
––Si colabora con nosotros y los encuentra ––agregó el otro, que resultaba mayor y ataviado en túnicas––, le recompensaremos en abundancia.
––¿Qué… clase de recompensa sería? ––preguntó él.
––Bueno… estoy seguro de que sus negocios y fortuna crecerían mucho si tuviera la habilidad de controlar las mentes de sus colegas y rivales.
No necesitó saber más. Sólo necesitó la descripción de las personas que se habían llevado a los niños que aquellos seres extraños buscaban, se hizo de paciencia y pronto la información fue llegando poco a poco. Sus agentes perdieron el rastro de los dos hombres prófugos de la supuesta justicia de aquel otro mundo, pero al menos dieron con la ubicación de los niños… los niños que garantizaban la recompensa.
Pero entre tanto, hasta que se contactaran con él… no era mala idea divertirse un poco con aquellas criaturitas extrañas.
~oOo~

Lasylar…

Desesperado, Licer entró corriendo a la habitación que ocupaban los más pequeños, removió todo entre exclamaciones y llamados desaforados, hasta que finalmente vió a través de las rejas del balcón a su hermano hecho un ovillo, siendo tan pequeño había sido capaz de pasar entre las rejas.
––¡Ian! ––exclamó arrodillándose enfrente, pasó una mano entre reja y reja para poder acariciar un piecito del niño––. ¿Estás bien? ¿Qué te hizo? ¿Estás herido?
Ian no contestó de inmediato, alzó los ojos enrojecidos por el llanto y finalmente lanzó un suspiro entrecortado. Licer notó las ropas del pequeño manchadas en sangre y repletas de agujeros, como si lo hubiera atacado un enjambre de polillas. En cuanto Licer se enteró por una de las sirvientas que Ian había sido llevado al Sótano un par de horas atrás… su corazón casi se detuvo producto del miedo.
––Me… me encerró en una caja llena de pinchos ––dijo Ian finalmente––. Era pequeña y me dio miedo, no me gusta estar encerrado…
––Lo sé, lo sé––asintió Licer angustiado y frotándole una rodilla.
––Me moví, grité y lloré… pero él se reía…
––¿Te pinchaste?
Ian asintió avergonzado.
––¡¡Entonces sí estás herido!!
Ian negó.
––Me dolió y… cuando salí me mandó a la enfermería… pero antes de llegar, uhm… perdón…
Alzó las manitos manchadas en sangre pero sin herida alguna. Licer parpadeó confundido sin saber cómo interpretar aquello. Ian tenía el cuerpo manchado con sangre y la ropa perforada… pero no había heridas, o quizás las hubo.

~oOo~`

––No quiero que los lastime ––dijo molesto el hombre en el espejo mientras los anillos rojos alrededor de sus pupilas refulgían––. Y por supuesto tampoco quiero que los mate, sólo reténgalos hasta que le diga lo contrario… pero sanos y salvos.
––De todas formas se recuperan rápido ––replicó el hombre calvo sin poder esconder su miedo ante la ira del otro––. Y sólo fue el pequeño el que sufrió un poco de daño, no he tocado al otro. Además ¿por qué los quieren vivos si no pueden venir por ellos?
––Por ahora ––enfatizó––. Por ahora no podemos llegar allí, pero con el tiempo es posible que encontremos la manera de hacerlo. Después de todo, esos dos desertores lo hicieron. Y hablando de ellos… ¿han tenido noticias sus espías?
El señor calvo asintió y corrió a su escritorio, removió varios papeles hasta dar con una carpeta. Extrajo un papel en especial donde se encontraba la foto de una persona en movimiento, se trataba de un hombre vestido de blanco, de cabellos negros y quizás era un efecto de la luz, pero parecía que tuviera ojos dorados.
––¿Es él? ––preguntó enseñando la foto.
––Ceros ––masculló el rubio del otro lado––. Sí, es él. Es uno de los que escaparon. ¿Qué noticias tiene?
––Ha estado rondando la casa en donde vivían los niños y parece que nos está rastreando.
––Y con seguridad los encontrará. Las armas de los hombres no podrán hacer nada en su contra… es muy hábil y cuenta con gran poder.
El hombre en el espejo se quedó pensando en silencio un momento. No podía permitir que Ceros llegara a la mansión y encontrara a los niños.
––Envíelos lejos ––dijo finalmente––. Imagino que tiene contactos en otras partes del mundo.
––Por montones ––asintió orgulloso.
––Entonces envíelos lejos de aquí, pero separados. Si están juntos será más sencillo que los rastrée. Separados tendrá muchas dificultadas en dar con ellos. No quiero más errores, mi estimado humano. Así como te hemos recompensado, así puedo retirar la ayuda prestada y buscar a alguien más capaz.
Desapareció sin decir más. El hombre calvo arrojó los papeles a un lado y golpeó el escritorio; no podía permitir que esos seres le retiraran los privilegios hasta ese momento ganados, necesitaba de esa grandiosa magia para seguir expandiendo sus negocios y hacerse aún más rico de lo que ya era. Levantó el teléfono entonces y prácticamente le bramó a la persona del otro lado.
––¡Comunícame con Standford!
Nunca prestó atención a que detrás de su puerta se encontraba un niño escuchando las órdenes que escupía por teléfono.
~oOo~

––Alégrate, porque nunca bajarás al sótano ––le decía su amigo de confidencias nocturnas a Licer. Había entrado emocionado al cuarto sólo para contarle al castaño lo que había escuchado a hurtadillas––. Ian y tú se irán de aquí.
––¿Cómo lo sabes? ––exclamó Licer sorprendido.
––Escuché al señor calvo decir por teléfono que iba a llevarlos lejos de la mansión.
––¿Pero adónde?
––A donde nos quieren lastimar otros señores ––contestó Ian del otro lado.
Ian siempre se colaba a dormir con su hermano, las noches que no conseguía pasarse de habitación no podía conciliar el sueño. A pesar de ser tan pequeño, el niño ya entendía cómo funcionaban las cosas en esa casa… al señor calvo le gustaba lastimarlos, era feliz cuando ellos lloraban y gritaban, el señor calvo seguramente hacía y haría dinero con todos ellos, los vendería a otros señores que pedían niños de tales o cuáles características para hacerlos llorar y gritar… y ser felices con ese sufrimiento.
Licer dejó de hablar con su amigo, se metió entre las sábanas y abrazó por detrás a su hermano. Licer ya no sabía qué hacer, ya no tenía idea de cómo reaccionar ante lo que se les venía encima. Habían intentado escapar tantas veces y sólo habían conseguido un par de golpes, irse a la cama sin cenar y que Ian bajara al sótano en cada una de esas frustradas veces.
––Ellos nos van a salvar ––dijo el menor de repente.
––¿Ellos? ¿Quiénes? ––preguntó Licer desganado.
––Las voces…
––Las voces no hacen esas cosas, sólo hablan y repiten lo que hablan.
––No, no esas voces ––sonrió volteándose viendo a su hermano de frente––. El de negro, el de la capa…
––Ese es igual al señor calvo ––replicó molesto––. Siempre te hace daño.
––Sí, pero… dijo que nos ayudaría…
––¡¿Y tú le crees?!
––Uhm…
––Esa cosa aprovecha cuando yo no estoy para lastimarte, ¡nunca nos ayudaría!

Lasylar…

––¿Ves? ––dijo molesto refugiando a Ian en su pecho y a su vez tapándole los oídos.
––No quiero ir a otro sótano, Licer… quiero que alguien nos ayude… quién sea…
––Lo sé.

Lasylar…

Poco tiempo después y durante una noche muy fría, los dos hermanos fueron llevados al aeropuerto por hombres que esta vez iban trajeados de negro. Lo que Licer nunca esperó es que serían enviados lejos no sólo de la mansión, sino también el uno del otro.
       ––Bueno, creo que esto es un hasta luego, ¿verdad, piojo? ––dijo Licer.
Ian lo miró con los ojos inundados en lágrimas y lo abrazó sin reprimir su llanto. Licer le acarició los cabellos con una sonrisa triste, él también tenía ganas de llorar y de gritar que no quería irse, que no era justo… se contagiaba del dolor de Ian con facilidad… pero no quería asustar al pequeño ni empezar lo que era una horrible despedida.
––No me quiero ir... L-Licer, no me quiero ir, por favor.
––Lo sé, lo sé… pero tienes que ser fuerte. No será mucho tiempo y cuando menos te des cuenta iré por ti ¿sí?
––¿M-me buscarás? ––preguntó esperanzado secándose las lágrimas.
––Si, me escaparé y te buscaré.
––¿No importa dónde esté?
––Puedes estar en Estados Unidos y aun así iré por ti, y ya sabes que no me gusta Estados Unidos.
––Sí ––sonrió débilmente––. Entonces… yo seré fuerte y esperaré a que me busques.
––Muy bien. Sólo espérame.