Toda unión está
destinada a deshacerse, todo final tendrá un nuevo principio, todo día tendrá
su noche y toda muerte tendrá vida…
De la mano de
extraños de tierras lejanas, se desatará la lucha entre los Tres Grandes.
El miedo y la pena
azotarán a la trinidad del poder.
Y sólo hasta el
paso de cinco Lunas Negras la salvación volará a las tierras de Lang, con la
llegada de los niños enviados lejos del hogar para su vida preservar.
Hijos de la Nobleza de los Tres Grandes;
con investidura de los fieles del Bosque surcarán los cielos dejando una estela
de milagros y batallas.
Sus espadas
eliminarán la plaga, bajo sus alas se levantarán los caídos y en su nombre:
Lasylar… nacerá el Imperio de los Tres
Grandes.
“Sólo
hasta el paso de cinco Lunas Negras. La salvación volará a las tierras de Lang
con la llegada del niño cuyo destino aquí se escribe.”
––¿Qué
tan cierta crees que sea?
––Tan
cierta como que estás parado a mi lado. De aquí a unos años llegará y yo me
haré cargo de él.
––¿Podrás
convencerlo? inducirlo a estar de tu bando no será fácil y mucho menos siendo
quién es.
––Preocúpate
por cumplir con tu parte del trato. Yo me encargaré de él... Lasylar es mío.
Capítulo
1
EL SECUESTRO
Habían
deseado formar una familia desde el momento en que se casaron, pero por
desgracia, Dios no les concedía la dicha de un niño en su vientre. El deseo por
brindar amor a una nueva vida los impulsó a realizar un completo acto de amor:
adoptar un niño… y comenzar esta historia.
Melisa
y Dante eran un matrimonio joven, quizás demásiado joven, podría decirse que
eran la típica historia de los jóvenes enamorados enfrentando a sus familias
con amor por bandera y decisión por credo, en otras palabras: habían dejado
todo atrás por capricho a su inquebrantable amor. Ahora, desterrados de sus
hogares y sin posibilidad de procrear, acudían desesperados al primer Hogar de
Niños abandonados que conocían.
––Lamento
decepcionarlos, pero deben entender que son una pareja demasiado joven ––
replicó el director––. En verdad lo siento, pero no puedo poner a un niño bajo
su cuidado.
Máscullando
de impotencia el joven matrimonio se retiró.
––¿Qué
vamos a hacer ahora? ––preguntó Melisa al borde de las lágrimas.
––¡Probar
en otros institutos, claro! ––exclamó positivo Dante––. En algún lugar hay un
niño que espera ser nuestro hijo.
Dicen
que la esperanza es lo último que muere, pero en este caso su cajita de Pandora
venía un poco mal de fábrica. Era un hecho lógico que ningún Instituto que se
respete no accedería a darles un bebé; eran jóvenes, con cuentas encima y bajos
salarios para costearlos; en definitiva era tiempo de acostumbrarse a la idea
de que ese año al menos, no serían padres.
Con
el rabo entre las patas regresaban exhaustos de todo un día de búsqueda y
rechazos, la sola idea de una cama cómoda y un poco de siesta bastaba para que
los pies reaccionaran y los guiaran por si solos de regreso a casa. Hasta
que... quizás en verdad las hadas Madrinas existían, quizás los Ángeles habían
sentido lástima o hasta el mismo Buda se había apiadado... fuera como fuera,
trastabillando y cansado se acercaba la respuesta a sus problemás.
––Dante
–– llamó Melisa, asustada ante semejante imagen––. ¿Qué le pasa a ese hombre?
Su
pareja sólo se limitó a observar al sujeto que se acercaba rengo y exhausto por
la vereda; llevaba un bebé en brazos, un pequeño niño caminando a su lado de la
mano y una pequeña de no más de cinco años los seguía por detrás maravillada
con su entorno. A simple vista la imagen era clara: un pobre padre solo que
debía lidiar con demasiados niños.
––Dante...
mira ese niño, oh Dios es... es...
––Hermoso...
El
niño que caminaba guiado de la mano del hombre parecía una fantasía, tan
pequeño pero tan precioso, con ojos verdes muy grandes, un color hasta el
momento completamente desconocido para los dos jóvenes.
––Ehh,
disculpe. ¿Necesita ayuda? ––dijo Melisa acercándose.
––Zansili…
dezu cak ––contestó con un acento muy extraño. Ante la confusión de las dos
personas que tenía enfrente formuló con mucho esfuerzo nuevas palabras–– ¿Los
quiere?
––¿¡Que!?
––A
los niños, ¿los quiere? Se los regalo.
Antes
de que ella pudiera hacer o decir algo, ya tenía al bebé en brazos y al pequeño
de ojos verdes prendido de su pantalón. Por más que Dante llamó y trató de
alcanzar al misterioso desertor no consiguió nada, el hombre se marchó sin
siquiera mirar atrás con la niña aferrada a su mano. ¿Qué demonios había
pasado? debían llamar a la policía o hacer algo, un par de niños abandonados en
mitad de la calle era demásiado.
––Dante
¿Y si...?
––No,
no hay forma de quedarnos con ellos. ¡Míralos! Los acaban de abandonar en mitad
de la calle, no, tenemos que ir con la policía y…
––Pero...
son bebés, bebés que hemos estado buscando. Además, míralos.
Dante
miró de reojo a los pequeños (gran error). Había visto yanquis, ingleses,
australianos, cantidad de gente blanca y negra con ojos claros y rasgos
hermosos, pero... ya fuera por la necesidad de la paternidad o por lo extraño
de la situación, el contemplar aquellos ojos lo desarmó. No era sólo el pequeño
de tres años con esas brillantes esmeraldas, sino también el bebé de pocos días
que tenía una mirada embrujadora... dos orbes celestes parecían suplicarle
quedarse con él.
––¿Qué
nombres les pondrás? ––suspiró resignado alzando al castaño.
––Unos
que combinen con sus rostros. Ya sabes, John, Jake, Jack...
––Buen
Dios... tú maldice al bebé con un nombre, yo le daré uno apropiado a este señoríto.
Y
así, los pequeños Ian y Licer empezaron a ser conocidos en el barrio conforme
pasaban los años. Niños como ellos eran más que reconocibles, en un principio
las madres prohibían a sus hijos acercárseles pero con el tiempo las miradas
compradoras pudieron más que el miedo a lo desconocido.
Hasta
que cinco años después, dos tiernos niños caminaban entre la lluvia de pétalos
de flores blancas rumbo a la escuela. Licer ya contaba con ocho años, bastante
alto para su edad, con el cabello castaño claro y sus característicos ojos
verdes; mientras que Ian, mucho más pequeño, era considerado un diamante en
bruto, un precioso niño de nariz respingada, cabello negro como la noche y
profundos ojos celestes poco comunes.
––¡Primer
día, primer día, primer día! ––canturreaba saltando.
––No
te alejes, piojo, si te pierdes me culparan a mi ––replicó Licer.
Ian
saltaba y reía entre los pétalos que caían a su alrededor, solía emocionarse
con poca cosa como todo niño de cinco años que empieza a conocer el mundo. Pero
en cuanto cruzaban el puente del riachuelo, el niño se detuvo bruscamente, se
apoyó en el barandal y empezó a hacer muecas espantosas.
––Oye,
marmota, deja de hacer eso o se te quedará la cara así para siempre.
––¿En
serio? ––preguntó Ian asustado.
––Eres
feo de todas formás. ¿Por qué dejaste de saltar?
––Hay
unos señores viéndonos con anteojos grandes, allá.
––¿Dónde
?––se apoyó junto a su hermano y escudriñó, su vista era buena según el medico
pero no llegaba a ver absolutamente nada––. Piojo, ahí no hay nada.
––Es
que tú no alcanzas a ver, ¡pero de verdad! Están vestidos de negro y nos miran
con anteojos muy grandes.
––Ves
demasiada televisión. Le diré a mamá.
––¡Nooo!
¡A mamá no!
~oOo~
––La
escuela no es tan mala después de todo ¿eh? ––sonreía Melisa mientras servía la
comida a sus hijos que acababan de llegar después de toda una jornada.
––A
mi no me gusta ––replicó Ian inflando las mejillas––. Los niños son tontos.
––Ian,
¿por qué? ¿Qué pasó?
––No
––suspiró Licer comiendo su arroz––. Él es el tonto, él es el que siempre dice
mentiras sobre cosas que ve y que oye, por eso los niños lo deben haber
molestado.
––¡Cállate,
ganso desplumado! ––exclamó el pequeño.
––¡Niños!
––amenazó Dante––. No quiero peleas en la mesa, ya lo saben. Ahora, Ian... ––suspiró
frotándose la frente con cansancio––. Sé que tienes una gran imaginación,
cariño, pero ya es suficiente; no puedes andar por ahí diciendo que ves y
escuchas cosas tan fantasiosas. No me obligues a llevarte al medico.
Ian
frunció el seño y comió en silencio. Al retirarse los pequeños de la mesa, los
mayores no pudieron más que debatir nuevamente sobre el mismo tema que los atormentaba
desde que Ian dijo sus primeras palabras a los siete meses. Los dos niños eran
unos prodigios, nadie lo negaba y todos lo admiraban, ambos tenían una
increíble facilidad para el aprendizaje de idiomas y demás. Eran un par de
superdotados, dos cerebritos más que desarrollados con excelente salud y estado
físico. Pero según el medico, esto podía traer consecuencias como lo que había
afectado a Licer años atrás y ahora se las agarraba con el más pequeño: la
posibilidad de un principio de Esquizofrenia. Licer también había tenido su
época de decir a todo el mundo que veía hadas o espíritus, y que escuchaba
voces en la noche y cantos que lo llamaban al amanecer, pero después de un año
llegó a pasársele. Y ahora Ian empezaba con lo mismo, quizás en su caso no
sería tan fácil que la enfermedad no se manifestara por completo; el pequeño,
con tan sólo cinco años de edad había demostrado ser muy terco y orgulloso, a
una edad tan pero tan corta tenía la mitad del carácter desarrollado, y según
el medico, lo mejor era someterlo a tratamiento antes de que la Esquizofrenia
avanzara.
Mientras
tanto en la habitación de los niños, Ian se encontraba sentado en el alfeizar
de la ventana y su hermano recostado en la cama haciendo la tarea asignada en
el primer día de clases. El menor siempre solía sentarse en la ventana a
tararear una melodía que a su hermano agradaba muchísimo, una melodía muy
extraña y completamente desconocida pero a la vez lejanamente familiar. Parecía
más como si Ian quisiera imitar el canto de una ocarina, una ocarina que a la
vez imitaba el canto de… de algo, no sabría decirlo, porque no era el canto de
un ave, sin embargo ¿qué otro animal era capaz de cantar?
––Ian,
¿puedo preguntarte algo?
––No.
––¿Por
qué cuando me insultas me pones el nombre de cualquier pájaro? Siempre soy o un
ganso desplumado, un pato mal formado o un gallo pisado… iuhg. Ya sabes,
siempre pájaros, al menos yo varío los insultos.
Ian
no contestó al instante. Siguió tarareando sumido en su propia melodía mientras
sonreía observando los pétalos de cerezo bailar a su ritmo. ¿Por qué nadie le
creía? ¿Por qué nadie quería creerle? ¿Por qué siempre sentía que no pertenecía
allí? Amaba su casa y su familia... pero excluyendo a Licer, jamás se había
sentido plenamente cómodo con nadie, aun sus padres le parecían extraños y no
era por el hecho de ser adoptados... simplemente se sentía completamente fuera
de lugar allí.
––Porque
eres un pájaro ––contestó volteándose a verlo––. O al menos así es como te veo.
¿Ahora yo puedo preguntar algo?
––Dispara.
––¿Por
qué eres tan mentiroso? ––espetó con la mirada fría––. Sabes que todo lo que
veo y oigo es cierto porque tú también lo vives. ¿Por qué no me apoyas? ¿Por
qué me haces quedar como loco delante de todos? ¿Por qué no dices que tú
también los ves?
––¡Porque
no quiero terminar internado! ––exclamó furioso––. Sé lo que pasa a nuestro
alrededor, y sé que no es porque estemos sicóticos o esquizofrénicos. Sé que
vemos las cosas porque en verdad están ahí, no sé por qué podemos. Pero no
quiero que nos internen en una clínica de dementes. Ya deberías saberlo, tienes
muy buen oído, casi escuchas detrás de las paredes ¿no? Habrás escuchado a papá
decir que empezarás un tratamiento. Deberías quedarte callado.
Los
ojos celestes se llenaron de lágrimás, se volteó y salió de la habitación por
la ventana. Licer suspiró, no iría tras él... no porque no quisiera sino porque
nunca podría alcanzarlo a donde trepara, Ian se subía hasta las copas de los
árboles, donde era imposible alcanzarlo, casi se podría decir que volaba.
Al
día siguiente caminaban como se haría costumbre rumbo a la escuela, sin
hablarse ni dirigirse una sola mirada. No obstante, Licer notó claramente cómo
su hermano miraba nuevamente a la misma dirección del día anterior, si había
algo que Ian no sabía hacer era mentir, además el que viera cosas extrañas no
involucraba a un montón de tipos al mejor estilo Men In Black observándolos.
––¿De
verdad no los ves?
––No
tengo vista de halcón ––fingió indiferencia.
––Pero
están ahí.
––Piojo,
ya te dije que no tengo vista de halcón. A veces pienso que eres un bicho en serio;
es decir, hueles los guisos de mamá a mucha distancia, escuchas a través de las
paredes y ahora tienes vista de águila. ¡Evoluciona engendro! ––rió
pellizcándole la mejilla.
––¡Ya
veras, pato amorfo!
Las
reconciliaciones entre hermanos siempre son lo más particular del mundo, no se
habla del tema, unos cuantos golpes, insultos y de repente todo está en orden.
~oOo~
En
la mayoría de las ocasiones, regresar al hogar después de un largo día en la
escuela es la mejor recompensa para los niños, pero para Ian ese día era
diferente, se sentía extraño... como un animal que presiente el peligro lo
calificaba su hermano, pero esta vez no era para broma. Ian estaba inquieto y
nervioso como nunca antes, y su estado empeoró mucho más al caer la noche.
Fuera,
camuflados en la oscuridad de las calles se encontraban apostados varios
individuos vestidos de negro. Armados hasta los dientes aguardaban el momento
de entrar en acción. Uno de ellos levantó el celular que vibraba en su cinturón
y respondió a la llamada.
––Señor,
estamos en posición ––fue lo primero que dijo––. Necesitamos saber exactamente
en qué casa se encuentran.
––No
lo sé ––contestó una rasposa voz del otro lado––. Traigan a todos los niños
menores de nueve años que halla en esa zona. Entre todos deben estar los que
busco.
––Entendido.
Bajo
la luz de los focos del comedor, la familia se sentaba a disfrutar de una
deliciosa cena sin ser consciente de la amenaza que los rodeaba. Licer miraba a
su hermano preocupado mientras que éste revolvía la comida y se estrujaba el
pantalón, Ian sentía el peligro.
––¿Ian?
Tesoro, qué... ––pum, la luz se fué de repente––. Tranquilos, cielitos, es sólo
un corte.
Sin
embargo, el corte pasó a ser algo más que un desperfecto técnico cuando se
escucharon gritos, golpes y disparos fuera de la casa. Dante tanteó hasta
encontrar una linterna y con esta ubicar su escopeta, Melisa tomó a los niños y
los encerró en su cuarto regresando al lado de su pareja. ¿Qué estaba
ocurriendo? ¿Un asalto en el barrio más tranquilo de toda la zona? Parecía
absurdo pero estaba ocurriendo; gritos, disparos, peleas, cosas rompiéndose y
terror en medio de la oscuridad.
––¿Qué
hacemos? ––dijo Ian aferrándose al brazo de su hermano––. ¡Licer!
––Escondernos,
¡rápido! métete en el armario.
Obediente
como nunca antes, Ian se metió en el armario hasta estar contra la pared,
esperó unos segundos y suspiró aliviado cuando Licer llegó a su lado para
abrazarlo y taparle los oídos, protegiéndolo así de los horribles sonidos de lo
que fuera que estuviera luchando con sus padres al otro lado de la puerta.
De
repente, dos disparos y un grito, y el silencio sepulcral inundó el barrio. Ambos
niños dieron un respingo y el llanto del menor se intensificó.
––Shh,
Ian, escúchame ––dijo Licer obligándolo a agazaparse––. Tienes que quedarte muy
quieto y callado ¿si?
––Tengo
miedo… Licer, tengo miedo…
––Lo
sé, lo sé… pero tienes que hacerme caso. Anda, eso es, quédate ahí escondido
¿si? Yo estaré aquí. No salgas por nada del mundo, por nada, ¿me lo prometes?
––Yo…
sí… sí…
Licer
se encargó de cubrirlo con cajas y ropas para luego él mismo esconderse tras
unas camperas.
La
puerta de la habitación se abrió lentamente revelando altas y desconocidas
figuras que comenzaron a recorrer y destruir la habitación. Licer contuvo el
aliento cuando la puerta del armario fue abierta con brusquedad, y entre lo que
las telas le permitieron observó a un hombre cubierto de negro que usaba una
máscara de gas y portaba una pistola, ante tan horrible visión procuró quedarse
inmóvil y esperar.
El
extraño no tardó en registrar el armario sin cuidado dando con lo que esperaba.
––Por
fin ––dijo entonces––. Ven acá, mocoso.
Prácticamente
arrancó a Ian de su escondite, jalándolo de los cabellos lo sacó del armario en
medio de su desesperado llanto.
––¡No!
¡Suéltenme! ––lloraba el pequeño retorciéndose entre los brazos del extraño.
Licer
no lo pensó dos veces, tomó el palo de hockey a su lado y salió envistiendo
hasta golpear al hombre en el estómago, quien doblándose hacia adelante soltó a
Ian. Los pequeños se vieron arrinconados contra la pared, Licer abrazaba a su
hermano aun tapándole los oídos y manteniéndolo pegado a su pecho para que no
viera nada. Se encontró rodeado por aquellos extraños de negro pero no soltó a
Ian. Uno de los hombres se inclinó a su lado y quitándose la máscara habló bajo
a su oído:
––Oye,
¿quieres que te pase lo mismo que a ellos? ––susurró señalándole los cuerpos
inertes y sangrantes que descansaban en el suelo del comedor.
Licer
abrió mucho los ojos, tras un grito de horror trató de correr a socorrer a sus
padres, pero una fuerte y enorme mano contra su nariz y boca lo detuvieron,
forcejeó por unos minutos hasta que sus fuerzas empezaron a menguar debido a la
sustancia que aspiraba y cayó inconsciente.
––¡Licer!
––exclamó Ian––. ¡Suéltalo! ¡Suéltalo!
Para
el más pequeño bastó un fuerte golpe en el estómago para dejarlo en la
inconsciencia.
Así
salieron los dos hombres enmascarados de la casa, en silencio con los pequeños
dormidos en sus brazos, y se reunieron en medio de la calle con otros que
llevaban presas similares.
~oOo~
Lasylar...
Ian
despertó de un salto, todo transpirado y temblando... siempre era lo mismo, ni
siquiera el encontrarse en un ambiente completamente desconocido le evitaba
seguir escuchando aquel nombre sin sentido y esos llamados.
Se
frotó un poco la cabeza, sus captores no habían sido nada delicados y
probablemente lo habían arrojado al camión sin consideración, incluso tenía un
poco de sangre seca en la nuca. Miró a su alrededor, al parecer no eran los
únicos secuestrados. Varios niños del barrio y otros que no conocía yacían en
el camión que ahora los transportaba; algunos aun dormían, otros lloraban
llamando a sus padres y otros golpeaban la puerta del vehículo pidiendo
auxilio. Ian suspiró, buscó con la mirada a Licer y corrió a su lado
trastabillando entre esquivar a los que dormían y luchando con la inestabilidad
del camión en movimiento.
––Licer,
Licer ¿estás bien? ––dijo alegre moviéndolo de un hombro––. ¿Licer? ¿Te duele
algo? ¿Te lastimaste? ¡Contéstame!
––Déjame
tranquilo un segundo, piojo ––contestó con sequedad sin voltearse.
Ian
se separó desconcertado, nunca había escuchado a su hermano tan triste. Licer
sólo se abrazó a sí mismo y lloró en silencio la muerte de sus padres… no podía
quitarse la horrenda imagen de verlos tendidos en el piso en medio de un charco
de sangre... muertos... No se suponía que los padres murieran... las mariposas
cuando las encierras en vasos, los escarabajos cuando los tiras a las hormigas,
las cucarachas cuando las pisas, esas cosas simples y sin importancia se
morían, ese era el único concepto que tenía sobre la muerte...
No
tenían la más mínima idea de qué hora era o siquiera si seguían en el mismo día,
habían viajado por horas y horas hasta que por fin el camión se detenía y
parecía ingresar en algún lugar. La espera no se prolongó mucho, de un momento
a otro las puertas se abrieron brúscamente cegando a los niños con la luz de la
mañana. Se los forzó a bajar del vehículo mientras los contaban.
Ian
y Licer observaron asombrados el lugar donde habían sido llevados, eso no se
parecía en nada a lo que el más pequeño había imaginado como los calabozos de
torturas en donde pensaba que iban a terminar. Un enorme jardín se exponía ante
ellos, largos senderos de tierra roja, árboles por todas partes, fuentes y
estatuas; parecía que habían llegado a los jardines de un palacio... una
hermosa mansión se encontraba al final del amplio camino decorado por flores.
Por
orden de sus captores subieron a los carritos que los esperaban. Ian iba sujeto
firmemente de la mano de su hermano en todo momento, si acaso se separaran no
sabría qué hacer, estar lejos de casa ya era demasiado pero estar lejos del
ganso con hemorroides sería el fin.
Ya
frente a la mansión descendieron de los carritos, las puertas se abrieron por
las bien vestidas sirvientas que los guiaron hasta una amplia y lujosa sala de
estar. Por amenaza de las armas se sentaron en el suelo todos muy juntos, de alguna
forma el estar bien cerca les proporcionaba un poco de seguridad.
De
repente, por una alta puerta ingresó un hombre ataviado con un traje gris; era
calvo y muy alto, cogeaba por la pierna derecha pero no andaba con bastón, la
cabeza lampiña estaba llena de escalofriantes cicatrices, su semblante no
distaba mucho de aquella mafiosa apariencia; lucía serio como si estuviera muy
preocupado o muy enojado, era difícil diferenciar. Más tarde los niños
aprenderían que el hombre siempre lucía así.
Miró
a los niños con asco, como si de feas criaturas se tratase. Uno de los hombres
de negro se acercó a susurrarle rápidas palabras que el magnate no pareció
tener en cuenta.
––Llévenlos
a las habitaciones, mañana comenzarán a bajar al sótano.
Sin
decir más esa voz rasposa, se retiró de la estancia dejando a los niños con mil
y un preguntas que ni siquiera pudieron ser hechas, ya que las sirvientas se
habían acercado pidiéndoles amablemente que les siguieran.
––No
––lloraba Ian abrazado a su hermano.
––Vamos,
lindo, sólo irás a otra habitación, tu hermano no estará lejos ––tratataban de
persuadirlo.
––¡No
quiero!
Licer
hubiera hablado con la mujer, pidiéndole también que les permitieran estar
juntos, pero al ver que uno de los hombres que los había llevado hasta allí
desenfundaba un cuchillo cambió de estrategia por el bien de los dos.
––Ian,
hey, cálmate ––le habló acariciándole los cabellos––. Yo voy a estar cerca ¿sí?
Gritas y ya me tienes allí. Anda, ve con la señora, iré a visitarte dentro de
un momento. Anda, no causes más problemas.
––Pero…
es que no q-quiero, Licer n-no, no me dejes solo… por favor…
––Estaré
aquí. Ve, anda ve. No pasa nada.
Ian
fue llevado al tercer piso, a una enorme habitación llena de camas que
compartiría con otros niños de su edad. Licer estaría en el mismo piso a unas
puertas de distancia con otros de edades más avanzadas, pero niños a fin de
cuentas.
Nadie
les dijo nada, los encerraron en las habitaciones y a cierta hora de la noche
las luces se apagaron por si solas. Licer al menos supo distinguir por la
ventana enrejada que la mansión se ubicaba en medio del campo. Se veían grandes
espacios cubiertos por árboles y más lejos un lago… estaban en medio de la
nada, sin saber por qué y solos… completamente solos a su suerte.
A
la mañana siguiente, Licer se despertó a las seis, no podía dormir más estando
en tan espantosa situación. Se volteó para ver al piojo que dormía a su lado y
que por la noche se había colado en su cama, pero sólo se encontró con el
espacio vacío y una pequeña mancha de humedad. Se levantó y fue hasta el baño
de donde provenía el sonido del agua corriendo. La imagen le partió el alma:
Ian metido en la bañera con la ducha mojando su cuerpito, abrazando sus
rodillas y llorando desconsoladamente.
––Ian
¿qué haces? ––sonrió sentándose en el borde de la bañera––. Tú no te bañas
solo.
––Pero…
ahora tendré… q-que hacerlo ¿no? ––hipó sin levantar el rostro––. P-papá y mamá
n-no están… y… y… tú me vas a dejar s-solo…
––Hey…
no, Ian ––se apresuró a meterse en la bañera aún vestido para abrazar al
pequeño que de inmediato se aferró a él––. Yo no voy a dejarte nunca. Y…
nuestros padres vendrán por nosotros––tragó saliva con dificultad al decir
aquello––. Ya verás que no estaremos mucho tiempo aquí.
––Estás
mintiendo…
No
sólo no podía mentir sino que era un detector de mentiras… y Licer lo sabía.
––No
te voy a dejar solo ––dijo entonces reforzando el abrazo––. Yo voy a cuidarte
siempre.
Ian
fue calmándose poco a poco, hasta que finalmente se separó de su hermano, infló
las mejillas y lo miró sonrojado.
––Me
hice pis encima ––confesó.
––Me
di cuenta.
––Nunca
me había pasado.
––Lo
sé.
––Lo
siento…
––No
importa ––sonrió tomando el potecito de shampoo––. Por esta vez te perdono.
Anda, hay que lavarte para bajar a desayunar… nunca entenderé por qué no se te
enrienda el cabello.
––Jiji,
porque eres un pato amorfo.
~oOo~
La
rutina para los niños era devastadora. Se levantaban, desayunaban, los hombres
armados los sacaban a pasear a los jardines, merendaban, veían la TV y cenaban, revisión médica y
a la cama. Ni una palabra, ni una explicación.
A
veces al despertar, notaban la ausencia de un compañero, pero con el tiempo
aprendieron que no debían preguntar. Uno a uno desaparecían, a veces por un
día, a veces más, pero siempre el que regresaba no era en el estado sano en el
que había desaparecido, no… regresaba con marcas, heridas, a veces puntos y a
veces enyesado. Tenían prohibido hablar del tema, pero con el paso de los meses
sabían que a todos y cada uno les tocaría ir… al “Sótano”.
––Andrés
me dijo que el señor calvo está ahí abajo ––decía Licer hablando en susurros a
un amigo en medio de la noche bajo la seguridad de las mantas––. Se sienta en
un sillón muy cómodo y al niño que llevan le hace cosas dolorosas. A veces lo
sientan en una silla con pinchos o lo atan a una pared.
––¿Por
qué? ––preguntó espantado su amigo.
––Andrés
me dijo que al señor calvo le gusta ver llorar a los niños…
~oOo~
––Señor,
permiso.
––Oh
doctor ––sonrió el magnate sosteniendo su copa de vino––. ¿Cómo están mis chicos?
––El
promedio es bueno. Pero, quería hablarle de dos en particular.
––Lo
escucho.
––Estoy
desconcertado, señor. Mire ––colocó unos documentos sobre la mesa––. Es
imposible definir el tipo sanguíneo de ambos.
––¿No
te alcanza la tecnología que tienes? Compraré la más nueva...
––No
es eso, señor, es decir... estos chicos no tienen ni glóbulos rojos, ni
blancos, ni plaquetas... es difícil de explicar. La sangre de ambos está
compuesta por células muy diferentes a las de los seres humanos.
––Fascinante.
––Sin
duda. Además, mire: no tienen ni apéndice ni amígdalas. No tienen genes dañados
o malignos, por ejemplo. El más pequeño tiene un órgano que desconozco junto al
corazón.
––¿Un
órgano de más? ¿No podría ser algún defecto de nacimiento?
––No
sabría decir si es un defecto, señor. Es algo que jamás había visto, el niño
tiene una especie de sistema circulatorio paralelo al convencional que se une a
este órgano, apenas como si fuera una sombra, a simple vista de microscopio
aquello no existe, es casi invisible… Además los cerebros de ambos... señor, no
sé con qué nos hemos topado. Sabíamos que eran especiales pero esto es demasiado,
pareciera como si estuviéramos tratando con especies ajenas a la Tierra.
––Cálmate,
no estamos hablando de extraterrestres. Destruye esta información, nada de esto
tiene que salir de aquí.
El
doctor no dijo más, obedeció sumiso y se retiró rápidamente de la oficina. El
señor calvo se quedó mirando los papeles en su escritorio con satisfacción… por
fin los había enontrado. Había tenido que traer a su casa a veinte mocosos
inútiles, pero después de todo sus fuentes habían estado en lo cierto: los dos
niños estaban allí después de todo.
Cuando
“ellos” se comunicaran nuevamente con él les diría con gusto que tenía a los
dos niños en su poder, que había cumplido con lo que le habían solicitado al
contactarlo hace no más de un año a través de su espejo, si… se aparecieron en
su espejo. Aún recordaba aquel extraño día, cuando entró a la oficina para
terminar unos negocios y se encontró con que su reflejo no estaba en el espejo…
sino dos hombres que no conocía. Aquellos seres de aspecto humano pero con
ropas extrañas estaban materializados en el espejo habiendo desplazado a su
reflejo. Creyó estar loco, creyó estar alucinando, pero cuando ellos le
hablaron y le explicaron quiénes eran supo que estaba en presencia de seres
poderosos de otro mundo.
––Tenemos
un trabajo que proponerle ––dijo uno de ellos, un hombre rubio muy alto y de
vestimenta señorial, pero el rasgo más sobresaliente eran los cortonos escalata
alrededor de las pupilas––. Buscamos a dos niños que se encuentran en su
planeta, pero no tenemos forma de llegar hasta allí.
––Si
colabora con nosotros y los encuentra ––agregó el otro, que resultaba mayor y
ataviado en túnicas––, le recompensaremos en abundancia.
––¿Qué…
clase de recompensa sería? ––preguntó él.
––Bueno…
estoy seguro de que sus negocios y fortuna crecerían mucho si tuviera la
habilidad de controlar las mentes de sus colegas y rivales.
No
necesitó saber más. Sólo necesitó la descripción de las personas que se habían
llevado a los niños que aquellos seres extraños buscaban, se hizo de paciencia
y pronto la información fue llegando poco a poco. Sus agentes perdieron el
rastro de los dos hombres prófugos de la supuesta justicia de aquel otro mundo,
pero al menos dieron con la ubicación de los niños… los niños que garantizaban
la recompensa.
Pero
entre tanto, hasta que se contactaran con él… no era mala idea divertirse un
poco con aquellas criaturitas extrañas.
~oOo~
Lasylar…
Desesperado,
Licer entró corriendo a la habitación que ocupaban los más pequeños, removió
todo entre exclamaciones y llamados desaforados, hasta que finalmente vió a
través de las rejas del balcón a su hermano hecho un ovillo, siendo tan pequeño
había sido capaz de pasar entre las rejas.
––¡Ian!
––exclamó arrodillándose enfrente, pasó una mano entre reja y reja para poder
acariciar un piecito del niño––. ¿Estás bien? ¿Qué te hizo? ¿Estás herido?
Ian
no contestó de inmediato, alzó los ojos enrojecidos por el llanto y finalmente
lanzó un suspiro entrecortado. Licer notó las ropas del pequeño manchadas en
sangre y repletas de agujeros, como si lo hubiera atacado un enjambre de
polillas. En cuanto Licer se enteró por una de las sirvientas que Ian había
sido llevado al Sótano un par de horas atrás… su corazón casi se detuvo
producto del miedo.
––Me…
me encerró en una caja llena de pinchos ––dijo Ian finalmente––. Era pequeña y
me dio miedo, no me gusta estar encerrado…
––Lo
sé, lo sé––asintió Licer angustiado y frotándole una rodilla.
––Me
moví, grité y lloré… pero él se reía…
––¿Te
pinchaste?
Ian
asintió avergonzado.
––¡¡Entonces
sí estás herido!!
Ian
negó.
––Me
dolió y… cuando salí me mandó a la enfermería… pero antes de llegar, uhm…
perdón…
Alzó
las manitos manchadas en sangre pero sin herida alguna. Licer parpadeó
confundido sin saber cómo interpretar aquello. Ian tenía el cuerpo manchado con
sangre y la ropa perforada… pero no había heridas, o quizás las hubo.
~oOo~`
––No
quiero que los lastime ––dijo molesto el hombre en el espejo mientras los
anillos rojos alrededor de sus pupilas refulgían––. Y por supuesto tampoco
quiero que los mate, sólo reténgalos hasta que le diga lo contrario… pero sanos
y salvos.
––De
todas formas se recuperan rápido ––replicó el hombre calvo sin poder esconder
su miedo ante la ira del otro––. Y sólo fue el pequeño el que sufrió un poco de
daño, no he tocado al otro. Además ¿por qué los quieren vivos si no pueden
venir por ellos?
––Por
ahora ––enfatizó––. Por ahora no podemos llegar allí, pero con el tiempo es
posible que encontremos la manera de hacerlo. Después de todo, esos dos
desertores lo hicieron. Y hablando de ellos… ¿han tenido noticias sus espías?
El
señor calvo asintió y corrió a su escritorio, removió varios papeles hasta dar
con una carpeta. Extrajo un papel en especial donde se encontraba la foto de
una persona en movimiento, se trataba de un hombre vestido de blanco, de
cabellos negros y quizás era un efecto de la luz, pero parecía que tuviera ojos
dorados.
––¿Es
él? ––preguntó enseñando la foto.
––Ceros
––masculló el rubio del otro lado––. Sí, es él. Es uno de los que escaparon.
¿Qué noticias tiene?
––Ha
estado rondando la casa en donde vivían los niños y parece que nos está
rastreando.
––Y
con seguridad los encontrará. Las armas de los hombres no podrán hacer nada en
su contra… es muy hábil y cuenta con gran poder.
El
hombre en el espejo se quedó pensando en silencio un momento. No podía permitir
que Ceros llegara a la mansión y encontrara a los niños.
––Envíelos
lejos ––dijo finalmente––. Imagino que tiene contactos en otras partes del
mundo.
––Por
montones ––asintió orgulloso.
––Entonces
envíelos lejos de aquí, pero separados. Si están juntos será más sencillo que
los rastrée. Separados tendrá muchas dificultadas en dar con ellos. No quiero
más errores, mi estimado humano. Así como te hemos recompensado, así puedo
retirar la ayuda prestada y buscar a alguien más capaz.
Desapareció
sin decir más. El hombre calvo arrojó los papeles a un lado y golpeó el
escritorio; no podía permitir que esos seres le retiraran los privilegios hasta
ese momento ganados, necesitaba de esa grandiosa magia para seguir expandiendo
sus negocios y hacerse aún más rico de lo que ya era. Levantó el teléfono
entonces y prácticamente le bramó a la persona del otro lado.
––¡Comunícame
con Standford!
Nunca
prestó atención a que detrás de su puerta se encontraba un niño escuchando las órdenes
que escupía por teléfono.
~oOo~
––Alégrate,
porque nunca bajarás al sótano ––le decía su amigo de confidencias nocturnas a
Licer. Había entrado emocionado al cuarto sólo para contarle al castaño lo que
había escuchado a hurtadillas––. Ian y tú se irán de aquí.
––¿Cómo
lo sabes? ––exclamó Licer sorprendido.
––Escuché
al señor calvo decir por teléfono que iba a llevarlos lejos de la mansión.
––¿Pero
adónde?
––A
donde nos quieren lastimar otros señores ––contestó Ian del otro lado.
Ian
siempre se colaba a dormir con su hermano, las noches que no conseguía pasarse
de habitación no podía conciliar el sueño. A pesar de ser tan pequeño, el niño
ya entendía cómo funcionaban las cosas en esa casa… al señor calvo le gustaba
lastimarlos, era feliz cuando ellos lloraban y gritaban, el señor calvo
seguramente hacía y haría dinero con todos ellos, los vendería a otros señores
que pedían niños de tales o cuáles características para hacerlos llorar y
gritar… y ser felices con ese sufrimiento.
Licer
dejó de hablar con su amigo, se metió entre las sábanas y abrazó por detrás a
su hermano. Licer ya no sabía qué hacer, ya no tenía idea de cómo reaccionar
ante lo que se les venía encima. Habían intentado escapar tantas veces y sólo
habían conseguido un par de golpes, irse a la cama sin cenar y que Ian bajara
al sótano en cada una de esas frustradas veces.
––Ellos
nos van a salvar ––dijo el menor de repente.
––¿Ellos?
¿Quiénes? ––preguntó Licer desganado.
––Las
voces…
––Las
voces no hacen esas cosas, sólo hablan y repiten lo que hablan.
––No,
no esas voces ––sonrió volteándose viendo a su hermano de frente––. El de
negro, el de la capa…
––Ese
es igual al señor calvo ––replicó molesto––. Siempre te hace daño.
––Sí,
pero… dijo que nos ayudaría…
––¡¿Y
tú le crees?!
––Uhm…
––Esa
cosa aprovecha cuando yo no estoy para lastimarte, ¡nunca nos ayudaría!
Lasylar…
––¿Ves?
––dijo molesto refugiando a Ian en su pecho y a su vez tapándole los oídos.
––No
quiero ir a otro sótano, Licer… quiero que alguien nos ayude… quién sea…
––Lo
sé.
Lasylar…
Poco
tiempo después y durante una noche muy fría, los dos hermanos fueron llevados al
aeropuerto por hombres que esta vez iban trajeados de negro. Lo que Licer nunca
esperó es que serían enviados lejos no sólo de la mansión, sino también el uno
del otro.
––Bueno, creo que esto es un hasta
luego, ¿verdad, piojo? ––dijo Licer.
Ian
lo miró con los ojos inundados en lágrimas y lo abrazó sin reprimir su llanto.
Licer le acarició los cabellos con una sonrisa triste, él también tenía ganas
de llorar y de gritar que no quería irse, que no era justo… se contagiaba del
dolor de Ian con facilidad… pero no quería asustar al pequeño ni empezar lo que
era una horrible despedida.
––No
me quiero ir... L-Licer, no me quiero ir, por favor.
––Lo
sé, lo sé… pero tienes que ser fuerte. No será mucho tiempo y cuando menos te
des cuenta iré por ti ¿sí?
––¿M-me
buscarás? ––preguntó esperanzado secándose las lágrimas.
––Si,
me escaparé y te buscaré.
––¿No
importa dónde esté?
––Puedes
estar en Estados Unidos y aun así iré por ti, y ya sabes que no me gusta
Estados Unidos.
––Sí
––sonrió débilmente––. Entonces… yo seré fuerte y esperaré a que me busques.
––Muy
bien. Sólo espérame.